“Un pájaro posado en un árbol nunca tiene miedo de que la rama se rompa, porque su confianza no está en la rama, sino en sus propias alas.” Parece que vivimos tiempos de incertidumbre, en los que cada día aparece nueva información que no nos aporta ningún conocimiento, en los que las normas cambian en […]

“Un pájaro posado en un árbol nunca tiene miedo de que la rama se rompa, porque su confianza no está en la rama, sino en sus propias alas.”

Parece que vivimos tiempos de incertidumbre, en los que cada día aparece nueva información que no nos aporta ningún conocimiento, en los que las normas cambian en horas, y no podemos hacer planes a un par de semanas vista porque no sabemos qué vamos a poder hacer entonces.

La incertidumbre choca frontalmente con nuestra necesidad de control, de sentir seguridad.  Vemos como los niveles de estrés y nerviosismo son cada vez más grandes entre la población, porque no sólo la enfermedad, sino también esta constante incertidumbre nos conecta de una forma primaria con el miedo. Nuestra mente hace del control la herramienta con la que se enfrenta a la vida, pretendiendo prever y conocer las situaciones posibles para planear y prepararse para toda posible contingencia. Esta capacidad nos hace sentir seguros, creer que lo externo va a ser de una manera concreta y estable, nos da margen para construir la realidad que nosotros queremos. Al final se trata de que estamos proyectando nuestros deseos, trabajando poco a poco para llegar al resultado que queremos, teniendo en cuenta que las circunstancias externas no cambiaran más allá de lo que pueda encajar en nuestros planes.

La realidad es que no tenemos ningún control sobre lo que puede suceder. Ni siquiera antes de la pandemia éramos inmunes a enfermedades o accidentes, cambios repentinos en nuestro trabajo o problemas en nuestras relaciones personales que no esperábamos. Pero pretendíamos que no era así, que, aunque puntualmente podía suceder una “desgracia”, estábamos a salvo.

En la situación actual, lo extraordinario se ha vuelto habitual, y la rapidez con que cambian las circunstancias y la cantidad de directrices, a veces poco claras, que recibimos, hace que esta realidad que pretendíamos negar, se haga obvia e imposible de eludir. Muchas personas, acostumbradas a vivir en esa construcción mental de una falsa seguridad, están sufriendo grandes altibajos emocionales, por no poder adaptarse a esta situación, y no saber cómo manejar el miedo ni desarrollar la capacidad de adaptación y flexibilidad necesarias para encarar la poca incidencia que nuestras decisiones tienen realmente sobre lo que sucede.

Pretendemos conducir una lancha a motor que puede ir río arriba si le place, cuando lo cierto es que viajamos en una balsa frágil, que nos lleva inexorablemente río abajo, y dónde nuestro máximo logro es saber relajarnos, aceptar hacia dónde vamos y balancearnos suavemente, desde la calma, para dirigirnos, quizás, hacia un lado del río más apacible.

Para conseguirlo, disponemos de esta gran herramienta que es la meditación.

La meditación es una técnica milenaria, utilizada por múltiples tradiciones y desarrollada de muchas formas distintas. Todas tienen en común el hacernos mirar hacia adentro, y ayudarnos a desmadejar el ovillo para empezar a vislumbrar esa certeza que habita en nuestro interior.

La práctica habitual de la meditación nos hace ahondar en nosotros, ver los patrones mentales que alimentan nuestros miedos, pero también conectar con nuestro potencial, y sobre todo con ese lugar de calma al que podemos acudir en medio de cualquier huracán.

Éste mirar hacia adentro, nos hace enfrentarnos con los engaños de nuestra mente para crearnos falsas expectativas, cómo el hecho de que podemos controlar lo que sucede. Al contrario, tras una práctica prolongada, vamos a ver con claridad como todo es transitorio y lo único a lo que asirse es nuestra luz interior. Quizás parezca descorazonador, pero, muy al contrario, realizar éste hecho significa dejar de depender de nada externo a nosotros, saber que todo puede derrumbarse a nuestro alrededor sin que esta luz se apague, mientras sepamos mantener encendida su llama. Para hacerlo, se trata de no dejarse llevar por las emociones como el miedo o la desesperanza, que, si bien tienen su papel y son de gran ayuda en momentos de peligro extremo, en el día a día nos paralizan y ponen un velo ante nuestras propias capacidades. Para ello necesitamos observar detenidamente dentro de nosotros, ver de donde nacen los diferentes impulsos, los pensamientos, y aceptar. Aceptar que las cosas no van a ser como queremos, que no hay nada permanente, que todo puede ser perdido. Aceptarlo, y a la vez, seguir viendo la maravillosa simplicidad de la felicidad, el contento interior que nace en la sencillez de la cotidianidad, en la capacidad de manejar esas situaciones que no queremos, y ver que esa pequeña luz interior es suficiente para quebrar una inmensa y profunda oscuridad.

La meditación nos ayuda a ver cara a cara lo que pretendemos esconder en el armario porque no nos gusta, porque nos asusta, nos da herramientas para enfrentarlo y aceptarlo, y una vez hecho, una vez hemos aceptado que no sirve de nada resistir más que para romperse, desde nuestra nueva flexibilidad, como el bambú, vamos a poder sostenernos frente a intensos vientos. Vamos a poder construir una nueva realidad, basada ya no en el apego a lo que conocemos, en pretender que nuestro entorno permanezca estático, sino en saber adaptarnos en lo cambiante, a permanecer fieles sólo a ésa luz interior mientras el dinamismo externo no hace más que motivarnos al propio cambio y al desarrollo de nuestras capacidades. La humanidad ha pasado por momentos de crisis continuamente, no es una excepción ni mala suerte que nos haya tocado vivir esto, a toda generación le toca vivir su reto. Depende de cada uno de nosotros qué hacer con esta experiencia de vida.

Algunos, que estáis pasando por momentos realmente duros, me leeréis y pensaréis que todo esto es un cuento, muy bonito en la teoría pero que no se puede aplicar en la práctica. Qué vuestras circunstancias son insalvables, que cómo vais a aceptar lo inaceptable. No hay otra opción. Sólo podéis confiar en qué sois capaces.

Os digo, sólo probadlo. Encontrad un espacio de silencio, en casa, aunque tenga que ser encerrados en el baño, cuando todos ya duermen, o en el coche aparcados antes de entrar al trabajo. No se necesita un entrono ideal. Mantened la espalda recta, cerrad los ojos y observad vuestra propia respiración. A cada pensamiento respondedle con una conexión más profunda en vuestra respiración. Un espacio infinito se abrirá en vuestro interior, dejad que os acoja, ese es vuestro hogar, del que nadie ni nada puede privaros. Sabed que está ahí, que siempre podéis volver a él, y que es lo único real e imperecedero.

×