Aunque estemos habituados a oír hablar de “la medicina”, el hecho es que existe más de una. Si observamos con atención, la mayor parte de los tratamientos que se utilizan en lo que vendría a ser la medicina oficial en occidente se basan en el combate entre el ente que causa la enfermedad y las […]

Aunque estemos habituados a oír hablar de “la medicina”, el hecho es que existe más de una.

Si observamos con atención, la mayor parte de los tratamientos que se utilizan en lo que vendría a ser la medicina oficial en occidente se basan en el combate entre el ente que causa la enfermedad y las sustancias externas que introducimos en nuestro cuerpo con el objetivo de eliminar dicha causa.

En relación a la pandemia que nos ocupa, al no conocer que sustancia puede eliminar el virus, ha optado por hacer campaña de medios para prevenir el contagio.

Parece haberse olvidado en este hacer que disponemos de sistema inmune. Sí, ese conjunto de reacciones que nuestro cuerpo lleva a cabo para defenderse de la enfermedad y que pueden ser muy distintas dependiendo del grado de salud previo de nuestro organismo. Entonces, ¿y si utilizamos el poder que tenemos de la mejor manera? ¿Y si además de intentar detener el contagio, reforzamos nuestra capacidad para hacer frente a la enfermedad? Esto suena mucho menos aterrador que andar escondiéndose de un bichito invisible ¿verdad?

Las medicinas tradicionales saben de la importancia de la prevención y la higiene, no sólo para evitar enfermar, sino en pos de tener un estado óptimo para la recuperación en caso de contraer alguna dolencia. Hemos visto de manera clara estos días, que tal importancia han tenido las patologías previas en la gravedad de afectación del Covid-19.

En concreto la Medicina Tradicional China, con sus diferentes técnicas como el Shiatsu, la Acupuntura, la fitioterapia o la dietética, no sólo es capaz de afrontar un proceso patológico con excelentes resultados, sino que consigue mejorar lo que consideramos el estado de “ausencia de enfermedad” y transformarlo en auténtica salud. Esta salud afecta a nuestro estado físico, a la capacidad de adaptarnos al cambio, a las agresiones externas; y también al estado mental y psicoemocional con el que podemos afrontar situaciones inesperadas y tan poco habituales como el confinamiento.

Hemos visto cuan diferente ha sido esta etapa para las diferentes personas, por una parte, debido a la situación personal, familiar y económica de cada uno, pero también dependiendo de la resiliencia, de la salud previa del individuo y de las herramientas a su alcance para gestionar los hechos desfavorables y transformar su realidad.

La Medicina Tradicional China nos aporta todos estos beneficios de una manera sencilla, segura y efectiva. Igual que hacemos regularmente un mantenimiento a nuestro coche para no quedarnos tirados en medio de la carretera, podemos hacerlo con nosotros mismos sin necesidad de esperar a estar enfermos o gravemente enfermos para someternos a tratamientos agresivos con numerosos y a veces intensos efectos secundarios; o ¿somos menos importantes que nuestro vehículo?

Y entonces viene la siguiente pregunta: ¿cómo saber si las terapias que están fuera del circuito oficial, que ofrecen una dinámica preventiva, son realmente seguras y efectivas? Es cierto que parecen haber brotado múltiples “nuevas medicinas” en los últimos tiempos, algunas de las cuales no tienen buena prensa, y podemos tener dudas respecto a su fiabilidad.  La realidad es que hay grandes diferencias entre las técnicas de tratamiento desarrolladas en el marco de medicinas tradicionales como la China, con teoría clínica, etiologías, y sistema de diagnóstico en las que se sustentan desde hace siglos, y las que pudieran ser fruto de la moda. En este sentido, una ligera aproximación ya nos hace evidente el trato de estas medicinas en otros lugares: en China se estudia con igual categoría la medicina occidental que la tradicional, y existen hospitales donde se aplican las dos de manera indistinta, según lo que se considere más conveniente para el paciente. En Japón la medicina tradicional herbal o Kampo también forma parte del sistema nacional de salud, y países como Alemania, Suiza o Francia están introduciendo la acupuntura como un tratamiento más.

Es evidentemente responsabilidad de cada uno de nosotros la propia salud, y aunque no tenemos porqué tener conocimientos profundos sobre medicina, sí es recomendable conocer las diferentes opciones de las que disponemos. Muchas veces el hecho diferencial que hace que una sociedad acepte o rechace un sistema medicinal no es su eficacia o seguridad, sino la cosmovisión o filosofía en la que se construye esa sociedad.

Las visiones orientales parten de una cosmovisión integral y armónica, en la que no separan ni superponen el ser humano a la naturaleza, por lo que su medicina se basa en la búsqueda de equilibrio. Tienden también a la sutileza y la autobservación, por lo que van a dar antes con la semilla de la enfermedad, sin necesidad de que esta florezca y se arraigue antes de poder detectarla. Además, incluyen la emocionalidad y la psique no forman una categoría aparte en lo que a la enfermedad respecta, sino que se considera interconectado con la parte física, y no se considera la salud manteniendo al margen estos aspectos. Lo que se llamaría medicina familiar, es decir el conocimiento sobre remedios de las personas de a pie, es también parte importante de estas visiones, que incluyen la dietética como pilar en el que se construye la salud, al alcance de todos y fácilmente transmisible. El alimento es en la tradición medicina, lo decían de Hipócrates a Confucio, y más tarde Avicena.

Existen otras visiones más paternalistas y más confortables.

De esta manera, deberíamos decidir cuáles son los valores y principios que queremos que rijan nuestra salud. Es muy cómodo ir al médico y que en 10 minutos nos recete una cápsula milagrosa, y mucho más trabajoso comer de una manera equilibrada hoy en día. Ya es una cuestión personal, que deberíamos plantearnos muy seriamente y con brutal sinceridad, ¿puede un sistema de salud como el que tenemos actualmente ocuparse realmente de nuestro bienestar profundo y real? ¿Queremos delegar esa responsabilidad? ¿Tenemos algo mejor, más importante y esencial en lo que invertir nuestro tiempo y energía que en cuidar nuestra salud y la de nuestra familia?

Cuando se me plantearon estas cuestiones fue algo chocante para mí, pero no se puede negar que es imprescindible poner en duda la solidez y la validez de todo aquello que se ha construido a nuestro alrededor si pretendemos acercarnos lo más mínimo a la verdad. Podemos conocer, podemos decidir con criterio, podemos hacer algo mejor por nosotros mismos que sentarnos a esperar enfermar y después, de forma “paciente”, esperar a que alguien nos cure. Podemos cuidarnos, cuidarnos de verdad ¿Tiene un coste, más allá del dinero? Por supuesto, que con gusto hubiera empezado a pagar antes, de haberlo conocido.

“De forma completamente natural, los detentadores del poder desean suprimir la investigación “salvaje”. La búsqueda sin restricciones del conocimiento posee una larga historia de producir una indeseada competición. Los poderosos desean una “línea segura de investigaciones” que desarrolle tan solo aquellos productos e ideas que puedan ser controlados y, más importante, que permitan que la mayor parte de los beneficios redunden en los inversores internos. Desgraciadamente, un universo al azar lleno de variantes relativas no asegura una tal “línea segura de investigaciones”” (Frank Herbert, 1984)

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